profile picture

Capítulo 12: Febrero, 2016

February 01, 2016 - 2161 words - 11 mins Found a typo? Edit me

Viajar a nuestro encuentro

Un vacío continuo y cambiante. Repleto de todos y de nadas, y de confluencias, así como de carencias y, de vez en cuando, de esencias ordenadas.

Viajar nos ha enseñado, entre otras cosas, a comprender mejor que la vida es tan diferente a como estábamos acostumbrados a pensarla… Abrirnos nuevas puertas día tras día con apenas descansos entre medias, donde el sosiego estaba ya contado.

Los mínimos exigibles evolucionan y los máximos posibles desaparecen. No queda rastro del límite impuesto en nuestra juventud sobre lo que somos capaces o no de conseguir. ¿Límites? Qué expresión era esa…

Fronteras que no hacían más que aturdir nuestra visión, impedirnos ver más allá y no dejarnos sentir aquello que de otra forma posiblemente jamás pudiéramos haber accedido.

Viajar nos ha abierto la mente más de lo que jamás pudimos pensar. Estudiar nos ha dado la llave para abrir las puertas que soñamos y soñaremos. Ser nosotros mismos nos ha permitido estar con quienes realmente quisimos y querremos. Soñar nos ha concedido vivir y vivir nos está permitiendo soñar.


Juventud imperdonable

Aquella juventud imperdonable que nos consume junto a nuestro tiempo en un aparente sentido subjetivo que nosotros mismamente decidimos crear.

El paso de los días, de los años…, del tiempo en general. ¡Cuidado!, no nos durmamos más de lo previsto o nos pasaremos de listos, equivocándonos una vez más.

¿Cuándo es el momento? ¿Cuándo debería serlo? El problema no es que ese momento no haya llegado o que parezca no llegar; el problema es no estar despiertos y no salir a buscar aquello que queremos encontrar. Ello quiere decir no estar durmiendo, sino atentos en estas aguas que en cualquier momento nos pueden tragar. No estar dormidos significa aprender a descansar cuando estemos realmente cansados. Significa aprender a nadar, a no dejarnos llevar por la corriente sin razón aparente. Significa aprender a respirar incluso debajo del mismo mar. Significa caminar junto y contra el viento, aprendiendo de él y de su libertad de movimiento.

Una juventud que no perdona es aquélla que, cobarde, se esconde delegando sus responsabilidades al tiempo, a que éste las lleve a cabo sin mayor intención en su entendimiento de unanimidad propia. Carente de sentido, nuestra juventud no perdona. Enfrentándonos a nuestra adolescencia con real sufrimiento ligado, pues quedará en nuestra conciencia todo aquello que para nuestro futuro aún no hayamos superado. ¿Quién decidió ser mayor? ¿Acaso la misma juventud huyó desconsolada? ¿Quién decidió ser aquello o lo otro?

¿Cuándo nos hicimos mayores? ¿Cuándo dejamos de ser aquello que no recordamos? Deberíamos estar satisfechos con nuestras decisiones, especialmente si no hubieron otras intenciones que las de ser; respirando en consecuencia y, como resultado futuro, indultando nuestro pasado, efecto irreversible de nuestro presente en nuestra realidad consecuente.


Religión

Debemos entender la religión como algo natural, propio de una raza frágil que tiende a la mediocridad y donde las mentiras y los engaños pasean sin nuestro permiso, siendo, por tanto, algo intrínseco en nuestra humanidad. Podríamos pensar con todo el derecho: «Pobre aquél que quiera ser de este mundo», pero más pobre será aquél que no lo quiera.

La religión nació fruto de nuestra cobardía, de nuestra incomprensión y de nuestra falta de compromiso, pero sobre todo de nuestra falta de sentido y sentimiento como especie divina.

¿Es acaso la religión un error en sí misma? No lo creo. Creo que la religión es simplemente fruto de otro reflejo más, síntoma que aún nos queda mucho por evolucionar.

La creencia en algo superior a nosotros no es más que un reflejo de nuestra falta de fuerzas en nuestro mundo: nuestra vida. La religión no es más que la consecuencia de la grandísima carencia que existía años atrás. El simple hecho de que hoy en día aún se mantenga y se practique con siquiera algo de euforia lo dice todo: una imagen vale más que mil palabras.

La fe en una u otra religión, sin distinción, revela la falta de confianza, así como de sentido personal e individual. No estamos aquí buscando o señalando culpables. Todos somos parte de nuestro ecosistema, todos somos parte de lo mismo al fin y al cabo.

La religión no es más que una falsa e innecesaria autosugestión de la existencia de una autoridad superior. Hablamos aquí de «innecesaria» desde un punto de vista por encima de la norma: como especie que no entiende que superior a ella misma no existe nada.

¿Entender la religión de otra manera es posible? Por supuesto, no hay más que fijarse en la gente que, aún atrasada y cobarde, entiende este tema. Decimos «atrasada y cobarde» refiriéndonos a que no se atreven a ser por encima de ellos mismos. Por tanto, están atrasados en su potencial respecto a los que sí se atreven a vivir en su merecida grandeza. Muchos simplemente se excusan en que la religión es buena y ayuda; ¡maldita sea la religión! ¡No fue ella, sino nosotros!

La religión es la creencia de que nosotros ni fuimos ni somos. ¡Menudo disparate! Nosotros fuimos, somos y seremos. Fuimos nosotros los que aniquilamos en nombre de la religión. Fuimos nosotros los que ayudamos en nombre de la misma. ¡Somos nosotros y no Dios ni ningún hijo ni profeta suyo los que lo hacemos todo!

¡No seáis miedosos! El mundo puede ser tan maravilloso como nosotros decidamos con nuestra actitud ante la vida, pues no hay mayor secreto que el conocernos, así como ser conscientes de nuestro poder y sabiduría. El uso que le demos será determinante para delimitar nuestros éxitos y fracasos y, por tanto, la calidad y el sentido de nuestra existencia.

¿Cuál es la diferencia entre creer en un Dios y creernos los dioses de nuestras vidas? Es muy sencilla: la autodeterminación, así como la responsabilidad, que ello conlleva. No estamos aquí intentando desmontar ninguna falsedad ni certeza alguna. Todo está en nuestra mente; el rumbo que decidamos será el reflejo de nuestra madurez.

No existirá, por tanto, Dios ni destino alguno que nos pueda dirigir hacia la correcta conducta o verdad absoluta. Dentro de nuestras lógicas limitaciones somos seres ilimitados. Por encima de cualquier creencia estará siempre nuestra libertad, que dirigirá el rumbo de nuestro camino. Por encima de cualquier fatalidad, donde se hace presente la fugacidad de nuestras metas. Por encima de cualquier divinidad o creencia, estaremos nosotros como lo que realmente fuimos, dejando algún día de ser y descansando de tanto trastorno.


Definitivamente

Definitivamente, no somos superhombres, mas no debería ser ése problema alguno, sino nuestro sentimiento sincero hacia su tendencia. Definitivamente, no lo somos, pero creerlo por momentos nos podría acercar a ello.

Destinados de por vida a vivir hasta morir. Destinados hasta nuestros últimos días a una vida incansable de cansancios. Destinados a un destino inmaduro y carente de sentido donde ni él mismo sabría reconocerse.

Definitivamente, deberíamos aprender que el cansancio puede ser en ocasiones inevitable, que nuestra comprensión lectora de la vida puede y debe evolucionar, que podremos ser tanto como podamos imaginar pero, sobre todo, que seremos tanto como demostremos.

Definitivamente, las palabras se las llevará el viento tan y tan lejos… hasta que éstas queden en su abrigado olvido, quedando pues nulo recuerdo y abundante ausencia de las mismas.

Deberíamos decidir escribir un libro, nuestro libro. Escribirlo poco a poco, saborear cada una de sus palabras como nunca antes pudimos haber disfrutado, imaginar cada párrafo como el último que pudiéramos escribir, y llevarlo a cabo como si de ello nuestra vida dependiera.

No somos superhombres y, definitivamente, creer serlo tampoco nos convertiría en ello. Es, por tanto, de donde nace esta sencilla, lógica y absurdamente obvia sentencia: no es la creencia de que algo sea o exista, una prueba siquiera mínimamente concluyente de su veracidad. Creerlo sería ridículamente insensato.

Es cuestión de un sincero sentimiento hacia lo que realmente decimos o pensamos, es decir, de lo que somos. Pues no decir ni pensar conlleva, inequívocamente, al no ser.


Vueltas y más vueltas

Ideas que sin hostal nos inundan y nos acompañan sin percatarnos, sin tan siquiera avisarnos de su llegada. Las mismas que rondarán en nuestras mentes sin fecha advertida de su final instancia.

Sensación desmesurada de preguntas sin respuestas. Inquietud recelosa, envuelta en papel y desconfiada. Enamorada de sí misma pero, de igual modo, de su opuesta, pues no quedará al final nada.

Cálidas emociones sin aviso que infieren en nuestra mente sin permiso y alarmando nuestro ser más prudente, invadiendo así el curso y todo lo que con nosotros llevamos en mente.

Desconfiados por ideas externas que nos atraviesan y nos desvelan en un manantial de incógnitas que no dejan de voltear entre ellas mismas ni de jugar al despiste, así como invitarnos a la locura. Mundo donde los cuerdos parecen ser aquéllos que no conocen o aman el desconocer.

Donde las ideas juegan sin reglas y desordenadas, y arregladas y gobernadas por aquello que aún desconocemos. Todo un mundo de posibilidades que cada día nos sorprende. Nos inunda en su sabiduría y nos acerca a nuestra idea del ser. Nos transforma y nos compone con el molde que nosotros en antaño comenzamos a tallar.

Sospechas certeras que apuntan a más. Opiniones esbozadas que sólo desean nacer para brillar como merecen y morir como debieron.

Advertirnos de qué sucede. Tantos nervios sin nombre aparente que, por supuesto, adrede lo esconden. Debemos figurar y avisar a nuestro Yo, pues se trata de una simple alarma donde la causa se esconde tras un posible desaliento.

Reparar nuestro respirar de nuevo… Imaginar que todas estas vueltas de algún lado nacieron.

Todo está en su sitio, cada cual en su medida ordenada. Las preocupaciones aparentes no tienen por qué ser evidentes ni tan siquiera existentes más allá de nuestras mentes. Dejemos pues de creer aquello o en lo otro sin razón alarmante, pues la única urgencia es saber que en nuestro poder al final todo se encuentra.

Pero bien cierto es que la claridad puede tardar en hacerse presente y que, hasta entonces, es más que comprensible el sentirnos incomprendidos, alterados e incluso asustados. Sintámonos libres de sentirlo, de sentirnos como tales. Pero no olvidemos quiénes somos, por favor; escribamos si es preciso.


Tan fácil

Es tan fácil perderse cuando todo parece estar conseguido… Cuando todo aparenta estabilidad asegurada y nosotros así lo creemos, es cuando realmente todo tiende a la inestabilidad. ¿Dónde quedaron nuestras ganas de prosperar y mejorar cuando todo no estaba ganado? Creo que simplemente nos dormimos o, dicho de otra manera, nos dejamos dormir.

No deberíamos creer que esto es algo negativo, en absoluto. Nuestro primer cometido es el de aprender, especialmente de aquellas situaciones o momentos que no querríamos volver a experimentar. Aprender que las apariencias tienden a engañar a primera vista, pero sobre todo aprender que debemos ser más audaces con nuestra realidad.

Parece que tendemos al descuido si nos dormimos o si tan siquiera dejamos el piloto automático activado porque creemos que ya está todo hecho. No podríamos estar más equivocados. La inactividad es lo que nos acabará destruyendo y formando en aquello que tan alejado queda de la idea del superhombre.

La falta de acción por nuestra parte como personas nos desmorona y nos quita el sentido con todo el derecho. Y es que es tan fácil terminar dormidos sin ambiciones que nos desvelen… Pues tendemos a la mediocridad.

Es tan difícil, aparentemente, mantenernos despiertos en esta realidad donde el sonambulismo predomina…, donde los temas principales parecen carecer de lucidez en su perspectiva y donde la normalidad sugiere haber encontrado un sitio donde hospedarse sin verse obligada a pagar por su estancia.

Las dificultades que encontramos en nuestra realidad no podrían ser más interesantes desde el punto de vista del que las visualice o las sufra, convirtiéndose automáticamente en logros a conseguir y superar. Pues bien es cierto que existen obstáculos e inconvenientes que hacen de esta vida, en ocasiones, una continua tortura donde no podemos evitar desear la evasión hasta que todo pase.

El verdadero problema no son los problemas en sí mismos. La vida está llena de tragedias, de acertijos, de incógnitas por descubrir… El verdadero problema es no hacer frente a aquello que nos produce estas sensaciones incómodas, no encarar nuestras dificultades por miedo a desatar otro conflicto posiblemente interno contra nosotros, pues ¿quién podría contrariarse a sí mismo?

Es tan fácil dormirse deseando evadirnos de todo…, especialmente cuando la vida no parece estar con intenciones de tendernos la mano. Mantenernos vivos es, en ocasiones, tan difícil que cuesta de creer, pues allá donde miremos veremos comúnmente almas apagadas, sin rumbo, que no saben siquiera por dónde van ni hacia dónde se dirigen.

Creo, por tanto, que éstas son y deberían ser siempre nuestras principales cuestiones. Dormir es sano, por supuesto, pero «dormirnos la vida» nos costará la misma. En este contexto, deberíamos permanecer despiertos, pero no es fácil. ¿Quién dijo acaso que lo fuera a ser?

book-chapter