Capítulo 22: Diciembre, 2016
December 01, 2016 - 584 words - 3 mins Found a typo? Edit meEsclavo de la muerte
Tener la muerte tan presente día tras día, tan recurrente, nos es algo inevitable. Pues ser tan conscientes de que nuestro tiempo no es infinito debería hacernos plantear en qué queremos —o deberíamos querer— invertirlo.
Mi mayor temor es el dolor de cabeza que, repentino, a veces me asalta cuando intento conciliar el sueño. No hablo de dolores emocionales, sino físicos, pues, además de parecer aleatorios, podrían estar jugando por última vez sin posible oportunidad de réplica.
Esto fue lo que ocurrió y lo que podría volver a suceder: dolores de cabeza en la oscuridad que desemboquen en la incerteza por excelencia a la que todos tantísimo tememos: la muerte.
En especial en la distancia, donde no me tendría más que a mí mismo. Donde, de ocurrir alguna tragedia, no habría primeros en enterarse…, sólo segundos y terceros, pues estos primeros no podrían hacer más que sospechar y negar lo posiblemente ocurrido hasta que la verdad se torne inevitable.
El origen de la tragedia podría nacer en cualquier instante que, junto a la belleza de su incertidumbre, me desvela hasta nublar el resto de mis sentidos.
Desvelado por la muerte incluso durante el día. Ser testigo de la misma nada, así como de su aparente y ausente presencia.
Hambre de razón definida, de sentido lógico racional, de proyección consentida por nuestra razón. Sed de comprensión, de entendimiento, de impulso hacia aquello que nos realiza.
Miedo por esa esclavitud de aquello inevitable que terminará con toda oportunidad por ocurrir.
Singularidades
Singularidades complejas con uso de razón consecuente. Momentos temporales con proyecciones tan singulares.
Experiencias abstractas que no dejan de orbitar sobre sí mismas procurando evoluciones en las medidas de sus propios intereses.
Ideas que estallan y se desvanecen como simples chispas cuando éstas no se trabajan con disciplina hasta curtir su propia llama.
Falsa falta de oportunidad por no querer transformar desde la misma forma.
Directrices sin dirección aparente, habiéndolas más y menos consecuentes con sus responsabilidades.
Falta de principios que nos aísla de nuestro motivo y razón de ser. Carencia de argumentos que nos invita a creer aquello que no se sostendría.
Creencia en la carencia más atrevida. Rezo al insulto mejor interiorizado por la ignorancia. Cuentos dictadores para aquéllos que no se atreven a cuestionar.
La muerte como real juez determinante.
La educación
El problema de la educación es que no se enseña la importancia de las responsabilidades, así como el trasfondo que se debería ir adquiriendo a lo largo del tiempo. Educación ligada a la responsabilidad y, por supuesto, unida ésta a nuestra libertad.
Nuestra educación viene dada por la enseñanza de las repercusiones de nuestros actos. La falta de educación viene dada por la incorrecta enseñanza de lo que realmente merecemos cuando nuestras responsabilidades quedan olvidadas, cuando nuestras obligaciones quedan en un segundo plano y, sin embargo, nuestro premio es el mismo que el de aquéllos que tienen una correcta educación; es por tanto cuando surge la pregunta: ¿cuál es entonces la correcta educación?
La correcta educación es aquélla que enseña la grandeza de nuestros actos comenzando desde una perspectiva de superación personal: queriendo ser mejores que nosotros mismos día tras día.
Nuestras acciones deberían tener una reacción igual a lo que hacemos; deberíamos actuar como nos gustaría que con nosotros el mundo se comportase. Deberíamos prosperar como a nosotros nos gustaría ver a los nuestros prosperar. Deberíamos ser como aquella persona que nos gustaría realmente conocer.