Capítulo 15: Mayo, 2016
May 01, 2016 - 1790 words - 9 mins Found a typo? Edit meAl final
A un paso del todo y a un paso de la misma nada. A diferencia de todos y de nadie. Donde la verdadera razón de ser se oculta tras las vanas intencionalidades de los perecederos propósitos que con el tiempo se desvanecen. Pues al final sólo quedará el recuerdo de aquello que verdaderamente nos interesó.
Tendemos a mezclar tantos diferentes conceptos entre sí que acabamos combinándolos todos, siendo en la práctica algo digno de admirar si consiguiéramos diferenciar para clasificar aquello que mezclamos. Nos referimos a nuestros juicios de valor; hay tanta distancia a veces entre nuestro personal entendimiento y el objetivismo real que pudiera merecer cada situación individual…
Deberíamos aprender a discernir, al menos en la medida de lo posible y poniendo siempre de nuestra parte, qué es lo que realmente nace de nuestros sentimientos y qué es aquello que nace de nuestra razón argumentada de forma empírica. Pues somos tan humanos… que dejarnos llevar por las mismas emociones nos delata una y otra vez. Y somos tan humanos… que nuestro orgullo nos cegará una y tantas veces sin necesariamente advertirnos primero.
Todos acabaremos teniendo razón en tantas cosas y en otras tantas no tanto, ninguna incluso. Nos asustaríamos si llegásemos a ser conscientes de que dichas afirmaciones conviven en el mismo piso compartido. Al final sólo quedaremos nosotros y nadie tendrá razón porque todos la habremos tenido. Es por ello que lo importante aquí no debería tratarse de un «¿Y al final?».
Como si de contradicciones necesarias, de las que esta vida está llena, se tratara. Esta noche escribimos sin intención de inventar nada nuevo. No aprenderemos más de nosotros que como forasteros de nuestro propio yo, aprendiendo a escuchar y a leer con especial atención todo aquello que realmente deseemos con nuestra persona para finalmente sacar algo en claro de todo esto y prepararnos para cualquier posible último final.
Haber perdido
Sentir haber perdido alguna parte de esa esencia que nos hacía, de aquella sincera forma, sentir. Notar que las mismas notas suenan diferentes a como no hace tanto de forma altruista sonaban.
Ceñir el entrecejo en la duda de y con uno mismo. Pues percatarnos de un ligero desconcierto psicológico en nuestras bases, que en su día fueron pilares fundamentales, nos causará temor y atisbo en consecuencia.
Encontrar los problemas y solucionarlos era nuestra mayor recompensa, pues ahora, como aquellos cobardes a los que tanto criticábamos, nosotros nos vemos reflejados: asustados en nuestro desconcierto. Los problemas hay que solucionarlos, no basta con simples parches que simulen su corrección o escondan la raíz de aquellos malestares.
¿Qué tan lejos aún nos queda todo? ¿Qué tan grande nos podrá quedar el abismo en el que esta vida, con sus emociones tan dispares, puede llegar a convertirse? ¿Qué tan poco podremos conocer del conocimiento en sí mismo en nuestro intento?
Quizá haya sido eso: preocupaciones innecesarias. Quizá haya sido en sus pequeñas dosis acumuladas como una bola de nieve que crece conforme cede por la colina.
La conformidad, la falta de motivación, la carencia de la sonrisa sin motivo. La ausencia desmesurada de afecto desinteresado. No es el miedo el culpable de nada, sino el síntoma de la falta de motivación frente a la realidad con la que nos toca encararnos día tras día.
Quizá no haya sido nada. Quizá aún nos quede tanto por lo que pelear sin temor alguno, por lograr conseguir lo que realmente deseamos. Pues, ¿qué podríamos anhelar más que disponer de esa motivación para alcanzar aquellos sueños predispuestos de forma altruista?
Quizá quede menos simplemente de esta reflexión diaria que últimamente nos tortura, una reflexión que parece algunos días haber perdido el control.
¿Qué es acaso haber perdido algo?
¿Somos realmente?
¿Qué es lo que somos realmente? ¿Qué podríamos considerar como nuestro verdadero Yo? ¿Cuál es esa identidad que podría diferenciarnos frente al resto? ¿Somos acaso la misma persona en esencia que hace algunos años atrás? ¿Y si cambiáramos el tiempo de la anterior pregunta?
¿Somos distintas personas cada día? ¿Qué es eso que nos identifica como seres individuales ante al resto? ¿Qué es aquello que nos distingue frente a nuestro entorno y por lo que él mismo nos reconoce? ¿Qué es esa esencia que nos distingue frente a esta paradoja repleta de cuestiones aleatorias y leyes dictadas aparentemente desde el más absoluto sin sentido?
Aquello que nos identificará, que nos hará ser realmente, que nos representará ante el mundo exterior. Aquello que nos define y caracteriza, pero sobre todo nos individualiza y nos distingue frente al resto del enorme conjunto: es nuestro pasado directamente ligado con lo que nosotros de él hayamos aprendido.
La importancia de nuestra experiencia y perspectiva, de nuestra proyección y confianza, de la inversión que hayamos querido haber hecho de nuestro tiempo.
La diferencia del querer ser al ser realmente no es tan abismal como podría llegar a parecer o como algunos nos quisieron pintar. En la proyección del éxito se encuentra el mismo.
Nuestro pasado es nuestro Yo más puro: cuando muramos no habrá más identidad nuestra que la que nosotros hayamos querido reflejar.
Será, por tanto, nuestra representación presente el fruto de nuestro entendimiento pasado ligado a nuestra inquebrantable y veraz comprensión que no dejará de ponernos a prueba una y tantas veces hasta que nuestro respirar descanse sin permiso y sin retorno.
La historia
La historia como el libro abierto de nuestras vidas, plasmadas para el recuerdo y su aprendizaje, que apenas unos pocos se atreven a leer. Destinándonos a repetir las mismas situaciones, los mismos errores que otros ya pudieron haber cometido y que, sin embargo, parece que estaba en nuestra naturaleza el cometerlos.
¿Qué son los errores más que aquellos propósitos llevados a cabo que nos hacen sentir al final equivocados, que nos transmiten esa cierta angustia inequívoca desinteresada? Rabia… por aquellos necios que no supieron ni quisieron leer a tiempo las señales para saber cuándo pisar los frenos.
Como un libro lleno de errores y de aciertos donde la batalla entre los mismos parece equilibrada por más que pasen los días. Como si no hubiera tendencia a la existencia de un final con un claro vencedor. Como si nuestra disposición se inclinase hacia la repetición hasta lo absurdo, pues en ocasiones no es que seamos ciegos, sino que somos nosotros mismos los que no queremos apreciar. Y es entonces cuando el valor de la historia en sí misma asusta porque no hay más ciego que el que no quiere ver.
Podríamos seguir escribiendo sobre este tema, pero ya estamos cansados, furiosos e incluso quizá asqueados de pensar que pueda existir gente que no quiera pensar.
¡Reflexionemos pues sobre nuestra historia!, especialmente la ya vivida, proyectándola sobre la que queremos para nuestro porvenir.
Números
Cuarenta y nueve, como número que representa este día: 25 de mayo.
Treinta y siete, como el efímero recuerdo desconsolado por excelencia.
Once, como aquél que sin buscarlo hoy se dirige a sí mismo en tercera persona.
Nueve, como los que quedaron y se vieron obligados, sin más opciones posibles, a aprender como fuera de aquella situación, para todos inesperada.
2004, como el año más humano y desalmado.
Cero, como oportunidades de despedidas posibles tras su marcha. No recordar tan siquiera cómo lucía el día anterior, pero sí su pelo rizado y su amable sonrisa… Y sólo alcanzar en nuestra memoria su reflejo tras el marco de la puerta a oscuras horas de la noche, sin tiempo tan siquiera para despedirse. Pues nadie habría podido adivinar lo que estaba por suceder pocas semanas después de su partida; su imposible regreso involuntario.
Cientos de noches han pasado ya desde entonces y apenas podemos encontrar momentos de intimidad en estas cartas que, ambos sabemos, no podrás jamás leer. No podremos conocernos, pero estoy seguro de que sí podríamos reconocernos…, y tengamos claro que no habrá nunca mayor deseo que una sonrisa tuya de regreso hacia nuestra mirada en tu busca.
No recuerdo cuándo fue la última vez que dije «mamá», y creo que eso es algo que mi primera persona no podrá olvidar nunca.
Es bastante duro y complejo. El precio más caro que jamás podríamos experimentar. Una de las experiencias más dolorosas que podríamos tener y que sin duda todos, sin excepción, antes o después, acabaremos teniendo. Y comprenderemos, quizá con otros ojos, a quien se escribe hoy en tercera persona de nuevo.
Tratando de entendernos
En esta recta final en la que nos disponemos a escasos días del cambio de hora interno. Con té hirviendo como suplemento de aquellos pensamientos tristes que podrían incurrir en nuestra mente a estas horas sin pretenderlo.
Y es que nos damos cuenta de la falta de interés real que en ocasiones nos hace tanta falta. Pues lo que no hace tanto tiempo nos parecía obvio en su normalidad, hoy en día nos cuesta algo más llevarlo a la práctica. Somos cambiantes para bien como para mal.
La teoría nunca pudo ser más fácil que el hecho de ser escrita en sí misma. Sin embargo, llevar cualquier teoría a la práctica supone de un esfuerzo mayor que su propio y simple entendimiento: supone hacer de dicha teoría una realidad, pues no hay mayor verdad teórica que aquélla que se pueda demostrar.
Con té hirviendo en la mano, nos damos cuenta de que estamos en la recta final, a pocas semanas de quién sabe qué realmente. Y con esto nos estamos refiriendo no a vivir dejados, sino todo lo contrario, ¡a vivir enamorados hasta que nos consumamos en ello! Enamorados de lo que hagamos, de lo que sintamos, de lo que deseemos realmente para y con nosotros. Más allá de simples ideas vanas o conceptos desconocidos, ¡conozcámonos en profundidad!, ¡sintámonos como nos queremos realmente sentir!, ¡despertémonos con esas ansias devoradoras de arrasar con el día que tanto soñábamos! ¿¡A qué diablos estamos esperando!?
Ya lo hicimos una vez, muestra suficiente para darnos cuenta de que es posible, de que la palabra «imposible» está equivocada cuando a nosotros se pudiera referir.
Pues no somos más que posibilidades que aún esperan para ser despertadas sin miedo alguno, impacientes por ver el sol naciente hasta acostarnos en nuestro merecido descanso. Acompañados, al menos, por nuestra idea y visión global del día vencido; y vaya si vencido, pues nosotros seremos los que habremos ganado. Deberíamos, por tanto, concebir los días como logrados y no como pasados o perdidos.
Contemplar y aprender a discernir, ¿qué es lo que realmente nos gustaría cambiar?, ¿qué es lo que realmente nos gustaría mejorar?, ¿qué es lo que realmente querríamos para nosotros? Soñemos con estas cuestiones. Que se queden en un sueño teórico o práctico será pura y únicamente cuestión de nuestra recompensa.