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Capítulo 13: Marzo, 2016

March 01, 2016 - 2262 words - 12 mins Found a typo? Edit me

Se hace más notorio

El valor de nuestro tiempo que, junto al recuerdo de la muerte, nos evoca esa nostalgia que grita sin cesar, deseando abrirse paso en este camino lleno de incertidumbres y, en ocasiones, desconsuelos.

Se hace, simplemente, más notorio el olor de aquellas aladas almas de las rosas cuando no están. Cuando falta aquella esencia que nos permite revivir con entusiasmo, es precisamente cuando se hace más notorio. ¿Acordarse de qué? ¿De qué teníamos que acordarnos?

Sentir cómo nos quitaron las ruedas de apoyo como cuando aprendíamos a montar en bicicleta, aquéllas que nos aseguraban confianza, pero sobre todo sentirlo hoy en día con la misma realidad. Sentir cómo la presión de las distintas situaciones puede ser, en ocasiones, un verdadero enigma para nada agradable.

Empaparnos de experiencias que no pensábamos encontrar en un principio y que, sin embargo, fueran ellas las que nos acabaran encontrando; no saber cómo responder.

El tiempo nos arrastra sin piedad y sin miedo. Nos obliga con serenidad, haciéndose más notorio cuando él mismo nos recuerda quiénes somos, pero sobre todo quién es él.

Ser los nuevos en este juego sin reglas más allá de las que nosotros inventemos o queramos concebir. Más allá de nuestro sincero entendimiento, donde por razón y verdad despreciamos a aquéllos que utilizan distintos prismas para observar.

Querer existir como eternos principiantes es como agua que fluye por la corriente, teniendo por destino la inmensidad del océano junto a su abandonado olvido. La despreocupación ligada al desinterés por el todo es nuestro mayor riesgo. Pues vivir con la excusa del mañana incierto, combinado con la misma indiferencia de nuestra persona, sólo puede acabar en un vacío infinito y carente de toda posibilidad, así como oportunidad.

Marchitándonos poco a poco, vemos pasar el valor de nuestro tiempo frente a nuestros ojos.


Es cuando

Cuanto más cueste creerlo posible, cuando los lienzos vacíos aún sigan blancos, cuando aquel pensamiento maduro se sienta algo marchitado por culpa de quién sabrá qué ni cómo…

Entrelazamientos de ideas no más allá de nuestros meros y subjetivos pensamientos, y que quizá ya no merecen mucho más… «Claridad» es la palabra con la que, en su ausencia, todo oscurece.

Tanto de forma simple como compleja, es como nuestras ideas pueden llegar a convivir junto a esta práctica que entendemos por vida, donde la finalidad, más allá del aprendizaje, se escapa a nuestro conocimiento, pues otra idea no podríamos concebir. Comprensión motriz, así como audaz, es nuestra experiencia, viéndose más reflejada cuanto más hondo hayamos decidido intimar. Causante de la causa en su consecuencia que a veces nos impide sonreír.

Movimiento sin retorno destinado a la duda y a la continuidad de su carencia. Pues no todo será ciencia, y mucho menos alguna innecesaria creencia.

El tiempo y su no descanso que incansable nos persigue… Nadie nació preparado. En pañales frente a toda pregunta que algún día nos tocará enfrentar; será entonces cuando nos demos cuenta de lo que realmente valdremos.

En nuestra sinceridad tendríamos que admitir que, por lo menos, deberíamos ser; de lo contrario, no estaríamos desempeñando nuestro cometido, pues si de algo somos responsables, es de estar seguros de aquello por lo que nos gustaría haber vivido.

Tendemos a la confusión y a la mezcla entre causas y consecuencias, donde las preguntas pretenden ser respondidas antes siquiera de ser formuladas. ¿Cuál es pues nuestra tarea sino aquélla que ya debería ser más que evidente?

Y no escribo para ti que nos oyes, sino para ti que nos escuchas.


En la montaña

Temblor. Temor. Fracaso. Sufrimiento. Desaliento…

Temer al fracaso y su horror, sufriendo con temblores en nuestra desesperación por no vernos capaces de alcanzar mayores hazañas en los días venideros.

¿Dónde quedamos? ¿Cuándo será el momento perfecto para concluir de una vez por todas? Impotencia en un abismo garantizado por sobredosis de falta de sentido. Reloj de manilla oxidado a punto de dar su última vuelta. Traición traicionada… ¿Acaso perdonada por tratarse de nosotros mismos? ¿Quién podría vivir sin su perdón al fin y al cabo?

Montaña rocosa, años atrás, junto a unos tragos de desaliento que buscaban menos desconcierto en aquel caos sin nombre pero con apellidos.

Al acecho de la admisión, del propósito equívoco en una desilusión que resultaba estar fuera de control. Acompañados por el engaño y por la soledad, pero sobre todo por nuestra falta de sentimiento constante de pertenencia a una falsa realidad, especialmente de puertas para adentro.

Lástima por aquél que apunto estuvo… Nuestra propia alevosía a nuestra traición nos salvó de aquella montaña y su disimulado frío nocturno que asalta por las noches.

Ojos de aquel entonces cegados cruelmente debido a la carencia de su comprensión, así como a la presión en todas las direcciones posibles. Recordando con cada trago en la cima de la montaña mientras la música sonaba y las lágrimas nacían para sucumbir a escasos segundos después, durante la espera…

Memorias que sentían su desvanecimiento,
tristeza real y profunda sin aliento.
Confusión servida en cada sentimiento.

En aquella montaña pudimos volar, avergonzados además por la innecesaria complicación en la que introdujimos a tantos terceros. Pero no es vergüenza ya lo que sentimos, sino tristeza por el hecho de que ello hubiera sido posible y por las tantísimas probabilidades de diferentes finales que, por suerte más que por desgracia, nunca llegamos a conocer.

Parece que aquel monte nos guardaba una sorpresa inesperada. O, más bien, fuimos nosotros los que inventamos dicha sorpresa descontrolada con un final bastante diferente —así como gratificante— de lo que nosotros, en aquel equivocado día, nos propusimos. Motivo suficiente de alegría desde aquel día hasta nuestro entonces.


Saborear

Saborear la dulzura de aquel momento
cuando con piel de gallina escribimos.
Sentirnos vivos, protagonistas de este cuento;
pareciera que en su día lo escogimos.

No vernos como algo definido por completo,
por sentir cómo nos queda aún tanto.
Vistiendo junto al temporal no inquieto
que día y noche nos reprocha cuánto.

Amanezca la luna despejada,
con extraño miedo a haber vivido.
Nazca de nuevo aventurada,
en vela quede hasta su olvido.

Cuantiosa dicha persevera agraciada,
a veces angustiada por el viento.
En su sencillez junto a su mirada,
disfrutaba y esperaba en su asiento.

Degustar la amargura junto al placer;
Nos sirva de una vez como escarmiento.

Teniendo por único temor a la realidad, que en ocasiones puede comportarse como si no existieran siquiera simples reglas de conducta. Realidad donde los colores, con sus grises, pierden incluso todo el sentido que en su día pudieron haber tenido.

A aquellas manos que dibujaban y hoy escriben con tanto gusto. A aquéllas que nos recuerdan cómo es posible plasmar, reflejar, hacer realidad meras ideas sin que siquiera éstas aún existan. A aquéllas con las que crecimos y nos hicieron crecer. A aquella idea que miedosa nació y que quiso entrenar y entrenó para dejar de ser cobarde. A aquélla cuya finalidad se encontraba en su intimidad, pues era, es y será en sí misma su propósito.

A la profundidad del desconcierto, del mar y sus océanos, y del abismo infinito y su caos interior. ¿Temor? ¿A quién deberíamos temer realmente más que a nosotros mismos? Querríamos hablar desde otra perspectiva, pero se nos hace complicado a estas alturas girar la cabeza y mirar hacia otro lado; no como en su día nos hicieron en más de una ocasión, donde aún recordamos nombre y apellidos.

¿Quizá deberíamos escribir con algún orden predefinido? ¿Quién podría esperar acaso más de nosotros que nosotros mismos? Aquí nadie ha escrito nada.

El sabor de la carencia es sin duda el plato por excelencia que tanto nos enseñará y tan poco nos dejará. Plato donde la prudencia y el desorden parecen intentar lo mismo, disputándose entre ellos el timón de la sospecha.

Saborear a veces momentos cuerdos, pareciendo en ocasiones auténticos disparates…, pero sobre todo degustar la incertidumbre de las líneas que aún están por escribirse, habiéndolas agradables y no tan dulces. Momentos cuerdos donde las emociones disparan sin temor por quien puedan herir, reviviéndonos en nuestra inquietud de resoluciones.


Odio a Dios

Nuestro más sincero rechazo a la figura de ese Dios todopoderoso y omnipresente que tanta gente nos intenta persuadir. A aquella figura superior a nosotros que nos vigila o nos protege en las medidas de quién sabe qué posibilidades.

Nuestro más sincero odio y rechazo a la idea de ese Dios bondadoso, así como aniquilador, donde las contradicciones no dejan de ser constantes; constantes e interesadas por aquéllos que nos lo intentan vender.

Nuestro más sincero repudio, odio y rechazo a la putrefacta idea de aquella figura superior a nosotros. A aquel Dios y profeta que dijo en su día venir en nombre de quién sabrá quién. A aquél que dijo ser quien, cobardemente, hoy día muchos aún confían en su necedad.

Nuestro mayor asco, repudio, odio y rechazo hacia la misma, tan siquiera, idea de la existencia de Dios como algo superior a nosotros. A aquél que dice amarnos y, sin embargo, es permisivo con todo aquello que no es amor. A aquéllo que esconde los intereses egocéntricos de una idea carente de todo, especialmente de falta de humanidad.

Nuestro mayor y más sincero desprecio, asco, repudio, odio y rechazo hacia Dios y todo lo que su idea en sí misma representa siempre y cuando no seamos nosotros. Pues no existirá mayor falacia posible que la de negar haber nacido para ser nuestros propios dioses.

Nuestra más sincera lástima a aquellos cobardes que tras su falta de interés se esconden. A aquéllos que hoy en día creen tan siquiera ciegamente en alguna de las palabras nacidas de algún cuento, ya sea por tradición o por simple carencia de lógica o intelecto.

Nuestra mayor intolerancia a todo aquél que dice de predicar la verdad por su boca y por sus acciones se contradice, excusándose en que «la carne es débil» o «el demonio nos engañó». Malditos seáis vosotros también, insensatos e hipócritas. ¡El mal sois vosotros!

Incluso tener más lógica que la misma idea de Dios, que nos intentan inculcar por medio de religiones en nuestra juventud, no es para nada complicado. ¿Quién puede odiarnos más que la idea de Dios en sí misma?, una idea llena de lucros humanos, mentiras y engaños. Una idea rica en falsedades y menosprecios, pero sobre todo en incertidumbres dentro del abismo en el que puede llegar a convertirse todo esto si no somos capaces de decir «¡basta!».


Y no bastará

Y no bastará con que deseemos que todo termine, que toda esta preocupación se diluya de una vez por todas.

Hacer de un posible grano de arroz una montaña repleta de incógnitas y temeridades. Desear terminar con toda esta presión que por sorpresa nos abdujo. El temor de la incertidumbre y su desconcierto es lo que más nos abruma.

Y no bastará con creer ser, incluso siendo en ocasiones en las medidas de nuestras posibilidades. Pues hablar de la intención no es siempre lo acertado ni lo correcto, y tampoco será lo suficiente como para evitarnos ciertos temores o ayudarnos a despejar simples dudas.

Y no bastará con ser sin serlo, pues ser es y será por siempre nuestro principal cometido. Donde la misma idea del vacío y su despropósito podrá visitarnos en tantas ocasiones sin permiso.

¡Y no podremos permitir no sentirnos! Aunque extrañarnos podrá ser, en ocasiones, también algo inevitable. ¿Qué estamos haciendo ahora? ¿Y con nuestra vida? ¡«No bastará pues», os decimos! A lástimas y caídas hemos sobrevivido: basta de una vez por todas de dicha idea pobre y carente de sentido, pues sobrevivir no es vivir.

¡Y no bastará con que nos digan! ¡Seremos nosotros los que a nosotros mismos nos digamos…! Que todo está bien y que así seguirá estando.


La complejidad de la obligación

Cuando nos olvidamos de quiénes somos es cuando tendemos, en mayor grado, a la angustia nacida del desconcierto. Aquella incógnita que nos asusta y nos hace sentir incómodos. Aquello que a priori podría parecer innecesario, pero seguro debería derivar en una conclusión obligatoria: educarnos en la materia.

Cuando nos olvidamos de quiénes somos es cuando más deberíamos recordarnos. A toda prisa… En una carrera donde el tiempo se ve obligado a no detenerse ni un segundo. Donde las decisiones con mente fría se tornan complicadas, pero especialmente donde la identidad que nos debiera pertenecer se siente abrumada y escasa de esencia.

Todo gira en una repleta aura de conjeturas, vértigos y miedos ligados. Pues olvidarnos de nuestro principio, de nuestra personalidad, está inequívocamente en la dirección incorrecta de lo que realmente quisiéramos.

Cómo nos gustaría, en ciertas ocasiones, simplemente evitar aquellas situaciones o conocimientos que quisiéramos eludir, así como hacer, aprender o saber con antelación otras tantas que podríamos olvidar o no interpretar correctamente a tiempo.

¿Hasta qué punto estamos dispuestos a llegar? ¿Hasta qué punto realmente estamos dispuestos a renunciar a ciertas cosas por otras tantas? ¿Qué es esto sino un intercambio de decisiones y prioridades?

Es por ello que la inquietud nos persigue cuando erramos, con mayor o menor culpa, en nuestro compromiso porque se trata del sentimiento de proximidad de nosotros hacia nosotros. Nuestra plenitud no debería ser más que nuestro propio entendimiento con nosotros mismos.

La complejidad de la obligación reside en la responsabilidad de la misma, siendo ésta proporcional al peso que estemos dispuestos a cargar, el cual nunca debería ser impuesto, sino deseado en todo caso.

Deseando complejidades aquí nos vemos, pues no habrá complejidad mayor que no podamos solventar.


Echaremos de menos

Cuando todo pase y nada quede nos acordaremos con posible nostalgia de aquellos momentos que ocurrieron, especialmente de aquéllos que nos hicieron sentir. Echaremos en falta el deseo de escribir, pues todo acabará terminando como el fuego consumido por la falta de oxígeno.

Extrañaremos esos deseos de locura por el aprendizaje, quizá incluso de aquélla misma superación, quizá incluso de identidad… Quién sabe cuánto podremos echar de menos. Pues ya extrañamos, y no es extraño, un poco cada día. Hacernos mayores nos obliga a ser más conscientes de nuestro pulso, de nuestro respirar, así como de su propósito encadenado.

Echaremos de menos el agua correr, el sol despertándonos por las mañanas y pasar las horas reflexionando sobre qué echaremos de menos…

Pero no será hoy.

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